Meditar,
escuchar las palabras que ya no me dices y aun así,
comprender que ese silencio que habla y me provoca daños irreparables
es el que me lleva a lugares donde los sueños son infinitos hasta que se ausentan,
hasta que entre las dudas se hacen mortales como los demás deseos,
hasta que la mirada de esos ojos tan míos se desvanece y arrastra,
hasta que en una creciente niebla de besos, se ahoga
y empaña como ojos llenos de verdad.
Mitigar entonces esas luces que encendidas por los labios ajenos
enloquecen de angustia por el nuevo dueño de tus gestos,
mientras los míos,
cruzan despistados semáforos en rojo de rabia y odio
en un Madrid ignorante de utopías y panfletos de rancio amor,
tamizando los colores y retando a los sueños
en ese camino de madrugadas con amargos sabores,
entre ceniceros quemados de colillas convertidos en sombras,
y las sombras en cuerpos,
y los cuerpos en mentiras
que inundan de ambiguas emociones
la miserable despensa de un amor frio que a todos nos congela.
Recurrir entonces
a la memoria condenada que se ahoga entre tus lagrimas ahora,
con ese caudal que empuja las semillas perdidas que anidaron en tu pecho,
esas enloquecidas que jugaban en noches de deseo y pasión inflamada,
y que ahora el dolor arrastra hasta las alcantarillas del desprecio
en ese imborrable recuerdo de unas manos prohibidas por las mías,
rotas, esquivas,
temblorosas e incapaces de robar caricias al despertar de esta pesadilla
en la que se convierte tanta ternura abandonada.
Definir al final,
elegir o escoger una y solo una
entre las tristes sonrisas que difundes
como peregrina mensajera de un pasado mágico,
con la fe marchita de quien sabe que la esperanza,
es un arma tachada con la tiza roja de tus llorados ojos,
dolida por las uñas gastadas de gemir los sueños
y reescribir los deseos en esa pizarra donde el mendigo de almas perdidas
se pierde en este limbo que es la orilla de tu nombre.
Y al final, poesías escritas en domingos que son lunes
se dictan frases de retablos restaurados como un amor hecho pedazos,
y con pinturas rotas desordenan el sentido de los deseos.
Y al final, en noches de ambigua tentación donde todavía intuyo que apenas te has ido,
me quedo dormido mirándote en el escaparte del olvido,
lleno de cristales rotos y de paredes vacías
en las que la vida se distrae cansada de insistir y ansiosa por seguir
rumoreando verdades, acariciando sentidos,
rozando sin tregua la melodía de ese amor que nadie sabe a quien encontrará de nuevo.
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