Aquellos muertos bailaron sin parar delante de mi ventana hasta la madrugada,
yo te vi entre ellos, sonriente,
descomponiendo el alma al ritmo de la media luna
desordenando cada paso en estados de oculta pasión,
sudando lamentos y acariciando las últimas notas de luz que sonaban al alba.
No viste mis lagrimas doblando las esquinas de tu corazón maltratado por la lluvia de este invierno inusual,
asaltando los espacios vacíos de un rostro adormecido por la pena,
de un lugar situado en la cima del dolor.
No viste los labios derrotados por la pasión perdida
ni sentiste como el amor vaciaba mi boca de besos
sorteando la calidez de los recuerdos.
Se escuchaban los sonidos de las sombras,
gigantescamente empequeñecidas por la luz de una mañana que distraída,
asomaba por la retina de tus ojos dormidos,
acariciando con cada pestañeo,
el susurro volátil, el silbido oscuro de un sueño imposible.
Pensaste que no estaría allí
viéndote danzar entre aquellos fantasmas que ocultos,
agitaban sus dobladas banderas en forma de cajas de seda
donde guardar esos delicados recuerdos que tu ya no quieres recordar.
Sentiste que la lluvia borraría del todo la silueta caída del que fui,
y así,
abandonar sin ser abandonada,
estremecer la angustia en papeles arrugados sin sonido
del color profundo de la primavera.
Sabias que no alzaría la vista para llamarte en medio de aquella orgía de despedidas improvisadas,
que no silbaría tu nombre aprovechando el débil viento que agitan los arboles en estas mañanas
aprovechando que el rocío, la lluvia,
el regadío del solitario parque donde se entusiasma el dolor cada noche,
jamas recitaría las palabras distraídas con el sabor dulce de aquellos días.
Le diste la mano a los muertos antes de partir hacia el abismo,
fantasmas de colores se adueñaron de tu pena,
mientras ocultaban el abrigo de la noche en sus cajas vacías de transparentes alegorías.
No se te ocurrió mirar a mi ventana, no quisiste suponer si aquella herida de entonces,
fue el lazo mortal que me hizo naufragar en los últimos días.
No se te ocurrió pensar que quizas, aquella noche, yo también acabé muriendo,
y sin compasión la vida se negó a dejarme marchar,
y ahora, cautivo de tu sombra,
camino de la mano de aquella silueta adormecido por la pena
en la cima de un secreto que sólo tu conoces .
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