Apenas se de ti más que esos cuatro besos que decidiste contarme una noche simple, sin complejos,
la ausencia discreta
y los encuentros furtivos.
Los espejos deletreaban tu nombre en medio de libros que en blanco escribían nuestro pasado remoto. Lo más sencillo, lo especial, se fundía con esa mirada que en secreto hacia vaciar de espigas los campos en invierno. Mientras, los abrigos de verano nos pillaban con la cautela del reverso incompleto y fugaz del otoño, sofocando un helado sentimiento de verano en esas oscuras noches donde la luz todavía huele a primavera y tu mirada a este otoño esquivo y sin final que ahora comienza.
Apenas se de ti más que esos abrazos perdidos que me dedicaste de vuelta en tu portal.
Intenciones cargadas de un uso personal y exquisito,
delirios de noches violetas
donde perder la inocencia y también la contagiosa cordura
que siempre atenaza a esta rutina infantil en la que vivimos,
acechando a esos peligros desde donde asomarnos al abismo que nos traiciona,
al infinito estricto que nos empuja en un vacío dulce y conmovedor.
Apenas se de ti más que la penumbra que tus ojos me regalaron entre esas miradas perdidas que más tarde fueron prohibidas y hoy ya no son.
Se apagaron las manos y los espacios quedaron expuestos.
Latas y botellas de tristeza quedaron derramados en el límite de una paciencia inquieta a punto de estallar. Balas de goma cargadas de verbos y rimas se esparcieron por la habitación vacía
y un aire inquieto y pesado lo arrastró todo hacia ninguna parte .
Liquidas pastillas con sabor a sal resbalaron por las mil caras que el destino tiene por costumbre resguardarnos,
y sin más tinta para escribir que esta soledad que hoy aprieta y quema me di cuenta de que sin lágrimas no puede haber poesía.
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