Nos prometimos
silencio,
hablarnos sin palabras
por si el solitario disfraz de la madrugada
nos ponía la tediosa
tarea de amarnos en la soledad de aquella habitación
que nos intuia felices
sin apenas reparar en el mañana.
Nos prometimos abrazos
de lejanos recuerdos y lugares prohibidos,
sombras que se buscan
en la negra soledad de las sabanas limpias,
cuerpos que se
extinguen por la infidelidad de otras bocas.
Nos prometimos olvido
permanente y delicado,
alimentos dormidos para
calmar la ansiedad del abandono
en parajes secos donde antes, crecían las palabras,
donde hoy, se sofocan
incendios y apagan bondades,
lugares donde se
proponen desiertos de ingratitud y quebranto,
razones muertas que la
soledad se ocupa de limpiar
de nocturna miseria y calcinada derrota.
Y es que la ausencia
del que siempre está es infinita,
la garantía de un amor
inconstante y superfluo por los años y la rutina
es un incalculable y sentimental algoritmo
cargado del veneno de los celos,
de la incipiente soledad, del
intratable ego
que herido, disminuye a
las personas
y lastra a los
moribundos de esa compasión que se indispone y solloza,
que se envilece y
describe
con el deambular de
las palabras.
Nos prometimos miradas,
caricias secretas, amor a escondidas,
y sin darnos cuenta
sin apenas reparar en nada,
el amor nos planto cara
y por eso, nos costo la vida.
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