Llevo todo el día
buscando las palabras,
las de ayer,
las perdidas frases
donde se amontonaba la rutina,
las insolentes
frecuencias con las que conquistar algunas miradas,
resumir realidades,
ensordecer sensaciones
y abandonar espacios enloquecidos por las dudas.
Llevo varias horas
identificando los problemas
superando la crisis de
identidad que absorbe los recuerdos,
que borra sin
demora los segundos que penetran en la
mente,
los que nunca llegan,
los que siempre disuelven la vida sin apenas lugar para pensar,
los perezosos e
insolentes espacios de tiempo que jamás se
alejan.
Un abrazo en el
horizonte de una imagen,
una distancia infinita
cuando esas manos se encogen
y secuestran el dolor
que por un instante se asoma a la esperanza,
al balcón de una sintonía que ya no escucho
de una promesa que ya
no existe
desde un lugar en el que ya no creo.
Arena fina y delicada
bajo los pies sueña invertebrada,
y forma fugaz y
simétrico el cuadro de unas pisadas
cautivas por las sombras,
que escondidas, seducen
al pasado inmediato.
La playa está serena,
navegan las palabras
por este mar que repone un silencio casi envenenado,
que refleja entre sus
cristales perdidos por las olas
las prohibidas lágrimas
de un cautivo pensamiento en forma de verso,
y un viento
fugaz que nos devuelve el aroma de otros labios
equivocados, prohibidos,
ajenos y siempre ocultos
tras el misterio
imprudente de sus palabras.
Llevo días perdido en
la ignorancia,
buscando una salida
varias madrugadas,
las lagrimas mojan mi
herida cuando casi se ha cerrado,
y sus ojos se secan
en la oscuridad de la
noche,
al compás de un aliento
escondido que hiere la vida
de unas caricias
robadas que saben a desengaño y amargura
de un sueño
comprometido
a la orilla de otra
vida.
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