Palabras y acordes que te miran por dentro

Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias."
Sándor Márai.

viernes, 12 de septiembre de 2014

El viejo nombre de siempre.



Diana es un dulce tormento que se acomoda en mi razón haciéndome suspirar, metiéndome en su melodía como si el caos se ordenara durante los tres minutos treinta y nueve segundos que esa voz llena de matices, inunda mi corazón.

Quizas esas escaleras que tanto cuestan bajar esta noche, se llenen de indicios reales y sinónimos de soledad que ahuyenten de una vez por todas tanta razón y desolación en los últimos días de estación.

¿ El motivo? Por qué creo que no dejo que el verano se marche. He sido  feliz a grandes ratos, a rasgos considerables, como trazos gruesos en un lienzo donde impera el desconcierto, la imaginación y sobre todo la belleza. Y entonces, temo que desaparezcan estas noches de luz opaca con esa luna mediana que se ha acostumbrado a mi en los anocheceres de mi oscura habitación. Esa luz que irrepetible, tantas  consecuencias ha tenido en mi, en los orígenes de estos sueños, en las tentaciones mas bajas que me llevan a tenerte sin tu saberlo, sin tu soñarlo, sin ni siquiera quererlo, cuando el silencio se hace luz abrazado a mis sabanas, pasada la madrugada.

Pero la noche tiene estas cosas. Se disfraza de un común traje de luces negras y todo lo ilumina, todo lo presencia , hasta el gemir de los sonidos estáticos, disimula ese ruido tan especial del amor en estas noches de verano.

Esta lleno de sombras conocidas este silencio. De lamentos semi olvidados que aparecen en la orilla del verano, mientras por alta mar ya se atisba un halo de luz muerta que trae la nostalgia del otoño. Apenas sin saber porque, aun quedando lejos que las hojas de los arboles se duerman en esa dulce caída y se aterricen en el frio suelo de octubre, apenas sin asomar aun el desapacible viento que todo lo limpia y todo lo encoge, te atreves a decirme adiós como una letania basada en la costumbre , en la necesidad de despedirme como casi siempre, para nunca... como casi siempre, para siempre.

Se llenan entonces las vajillas de sopas de letras bañadas en las lágrimas del otoño, del invierno, del infierno al que sometemos nuestra vida por no clausurarla de una vez. Todo se tiñe de infinito y a su lado nombres de extraños conocidos entre la triste niebla de las mañanas de otoño se pierden por el descuido del amor, por el tormento de la razón, por la incapacidad de no poder o no querer abaratarnos los días y comprarnos un nuevo amor sin pesadillas, sin disimulos ni reliquias donde descansar la impaciencia. Un amor de rebajas de verano al final de temporada que no brilla pero acompaña, alimenta y seduce al asomarse al otoño.

No hace falta entonces que me llores más Diana, ni que me guardes encuentros, ni que me elijas como recuerdo. No hace falta que dictamines mis ventajas, ni enumeres las virtudes que tu no quieres compartir en el desliz que se ha convertido tu vida. No hace falta que me extiendas un cheque de millones de pesetas, pues tienes razón: el pasado ya no tiene valor como las pesetas, por muy millonarios que hayamos sido en labios, versos y emociones.

Al final como decía mi hijo , no me va a gustar este puto verano. Me sonrojo simplemente por haberlo pensado, por haberlo sentido... por creer que las sombras esta vez me ayudarían con sus manos muertas a bautizar de luz los nuevos días imaginarios.

Y es que no me doy  cuenta que no es que me quieras mas en verano, si no que en estos días de calor y sofoco no queda nadie a quien querer y en medio de este asfalto sucio y gris de agosto no dejo de ser el clavo ardiendo  al que abrazarse esperando a que las aguas del otoño empiecen a bañarlo todo, a envolverlo todo, antes de la próxima sequía.

Asi se marcha el verano, mas bien  lo hemos ahuyentado. Parece que de repente a  alguien le entró la prisa y todo lo precipita y todo nos lo arrebata. 

De mi no quedará ni un trazo fino en las paredes blancas. Se borraran los graffitis que hablan de mi, se tacharan los rumores que auguraron esperanzas, los conciertos indies de escenarios donde cogernos de la mano, los cines de esperadas pasiones con lagrimas al final de los últimos fotogramas. Las canciones con mensaje, los selfies de madrugada,  los olores con sabor a ti. Las velas encendidas con el calor de la pasión y los rincones abandonados en medio de una lluvia de sentidas sensaciones donde acurrucarse.

Se apagaran las luces. Se quemaran los focos. Las estrellas que han vuelto, andan todavía perdidas.
Dejen paso en el banquillo al rey de los secundarios, al príncipe de los mezquinos,  al mendigo de sus besos.
Diana ha llegado y ni siquiera se si viene para quedarse o simplemente es un fantasma mas de estas noches de impronunciable deseo por  volver a tenerla.

 O a lo mejor es que Diana nunca estuvo y yo sigo llamándote con el viejo nombre de siempre.

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