No sabía que
podía naufragar por el simple hecho de no cortejar esa sonrisa que al mundo
mueve, que le pone alas y vuela, que rescinde el desfavorable
contrato que teníamos con la vida.
No
sabía que tantos recuerdos con sabor a sal me atraerían a esa voz salada que moja los labios y los disuelve en la orilla una y otra vez,
como ese mar al que manipulabas para que escribiera bonitas palabras de amor
al dictado de la olas.
No
sabía que olvidar tu nombre, descoser letra a letra de mi piel magullada cada
cariñoso apodo, cada abreviatura con la que siempre te nombré sería la causa de esta incontenible manera de vivir, sentir, doler, pensar... soñar.
No sabía que repetirte a solas, que enloquecer
sin ti, que subrogarle tiempo a la vida para que esta no se llevara lo
mejor de mis días me supondría el solitario encuadre de la foto en que ya no estas.
No sabía que
todo podía sumar tan poco, tan solo, tan todo. No imaginaba que te conformarías
casi sin nada, nosotros que tanto tuvimos.
No intuí jamás
que lo nuevo dejaría de ser nuevo, que lo absurdo empezaría a tener sentido y
que lo vulgar ocuparía ahora un lugar en la vitrina del presente.
Para al
final encontrarme escribiendo tu nombre en las
paredes de este olvido guardado, conjugando los colores vivos con las palabras que mueren y
mueren cuando salen de este espejo roto en lo que se ha convertido la
vida.
Apenas
pequeños trozos deshechos en las aceras
se atreven a reflejar tu nombre.
Apenas unos
tibios brillos que adormecidos esperan una luz entre borrosa y opaca a colarse entre las sombras para afilar de nuevo tu nombre.
No sabia que me asomaría a un balcón de letras en esta noche de invierno.
No sabia que febrero sería un invierno híbrido entre el frio profundo y el calor detenido por el recuerdo de aquellos soles que fijamos en la fotografía que nunca nos hicimos, en este sueño que no consigo dormir.
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