Si la memoria explota y tus labios se encogen con apenas mirarlos
se que vivo en ese espacio común donde la realidad es infinita,
como en esos sueños donde todavía envuelvo entre tus manos fantasias con sabores a soja y vinagre de arroz
mientras las palabras sonríen
y los temores se esfuman montados en la espuma de una ola,
brindando con burbujas azules los atardeceres que la semántica empuja
y el mar, pisada a pisada, no se permite borrar de la orilla,
de la vida,
de la esencia rota que acurruca las caricias
y emigra en el ruido que tanta locura provoca.
Apenas hace una vida y media que ya no quisiste estar mas,
y sin embargo insolentes fotografías
pronuncian el hueco de tu ausencia
y la sabiduría se vuelve vulgar
amarga y sin chispa.
Por eso me cuesta tanto olvidarte.
Por eso me cuesta tanto aprenderme de nuevo,
como si los arboles supieran que tu nombre ya no será el nombre
y tus brazos no serán el fiable sustento que soporte ese peso lejano, fugaz, violento.
Por eso me decido a expulsarte, a saberte lejos,
esconderme de la vulgar y gris rutina de estar juntos sin creerlo,
huir de las manos olvidadas y las miradas desechas,
quemar el último libro roto desde donde asomarme a ti
sin querer ser visto.
Por eso me escapo de estos versos
y te nombro en secreto,
para que nadie disuelva palabras dichas en voz baja,
como si querer no fuera un atronador sonido
dicho entre susurros ,
como si el silencio no fuera ese espacio común desde el que perderme en ti
sin más rutina que la voz desocupada.
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